Los momentos previos, a mí, se me hicieron eternos. Ya estaba
todo el mundo en su asiento y estábamos deseando tantísimo que acabara la
inauguración de la final que nos pusimos a hacer el mosaico antes de tiempo y
todo.
Salieron los equipos y la locura fue espectacular, no había marcha
atrás, el partido iba a empezar.
Dicen los entendidos que en una final los
primeros minutos
son de tanteo, que a los dos equipos les puede dar por no atacar y se
pasen 20
minutos especulando. En Bucarest la cosa no fue así, un equipo salió a
ganar y
el otro a ver si ganaba. Esa fue la diferencia y sin apenas darnos
cuenta, un balón largo de Diego a Falcao con su respectiva carrera,
entrara al área,
especulara un poco con lo que hacer y finalmente optara por pegarla
donde hay
que hacerlo, ni más alto ni más bajo, a la escuadra, templadita pero
fuerte,
una que sólo los mejores porteros del mundo puedan parar y entró. Minuto
siete y el
Atleti se ponía 1-0 en la final de la Europa League, ¿alguien se lo
hubiera
imaginado?
En la grada se unió la locura con la imagen impactante de
ver ese golazo y en el minuto que era. Nos abrazamos como si hiciera años que
el Atleti no marcara. ese gol, ya no nos lo quitaba nadie. Radamel ponía a
Europa entera de pié y al Atleticismo al borde del éxtasis.
Afortunadamente en el espectacular video marcador del
estadio pudimos ver el gol repetido unas cinco veces y cada vez alucinar más y creérnoslo
más.
El partido después del gol, como todos pudisteis
ver, fue
otro. El Atleti hizo un partido durante siete minutos y después jugó a
controlar y
descontrolar el partido a su antojo, Mario Suárez, Filipe, Gabi y Godín
(espectaculares) hicieron del Atleti un muro por el que sólo pudo pasar
Llorente
con un tiro forzado que no cogió puerta.
Capítulo aparte, Falcao, que, quizás por televisión no se
pudo apreciar del todo, pero corrió todos los balones que pasaban cerca o lejos
de él, daba igual, estaba luchando como nunca, dejándose la vida. Algún día nos
enteraremos que le dijo el Cholo para extra motivarlo pero era un portento físico
dando todo de sí. Y en estas, en este baile de acelero-freno del Atleti, ¡Miranda!
Robó un balón en la frontal, se la dió a Turan, que hasta entonces era el que
más había corrido después de Falcao y puso un centro que aparentemente no era
para el colombiano, pero que cazó y con una maniobra que hubiera firmado el mismísimo
Maradona, pone el 2-0 en el minuto 35 de la final.
Posiblemente lo que pueda explicar de lo que se vivió en la
grada ni se acercará a la realidad, nos abrazamos una vez más, convencidos de
que esto no se podía escapar y en ese abrazo y en ese momento de silencio
interno que uno tiene al celebrar un gol de ese calibre, recuerdo un llanto, un
llanto de pasión, de alegría, de honor, de recuerdo, mi vecino de asiento
posiblemente estaba recordando a su padre y todas las cosas que se debería
estar perdiendo y lloraba pensando que desde ahí arriba, él no sólo lloraba por
ver a sus colores ganar, sino por ver a su hijo y a su nieto abrazarse llorando
y, pese a sentir no poder estar ahí, posiblemente era feliz y sabía que eso se
iba a quedar con ellos toda la vida. La vida, nos pone lecciones que debemos aprender,
en un momento de alegría y de éxtasis, recordar con cariño a los que se fueron,
es lo más bonito que le puede a uno pasar y en aquella grada, no sé cuantos
había así, pero por lo menos uno seguro.
Al volver en mí, me senté en mi asiento mientras el partido
seguía, y empecé a asimilar lo vivido en poco más de media hora de partido y,
como un niño, derramé varias lágrimas, no de pena, quizás tampoco de euforia
máxima, sino de tranquilidad. Nunca me había imaginado ver al Atleti en tres
finales europeas y no sólo lo había visto, sino que a una de ellas había
asistido, quién sabe como acaba este circo futbolístico, pero en aquel momento,
en aquel minuto de aquel partido, yo estaba cumpliendo un sueño.
Y así llegamos a la media parte, habiendo recapacitado de
todo lo que habíamos vivido, momentos de relajarse un poco, disfrutar, comentar
las jugadas y el partido y como no, llegar el buche, que era tarde y había
hambre. Nuestra expedición se había llevado unos trozos de jamón envasados al
vacío que supieron a gloria.
En la segunda parte yo tuve una sensación
extraña. Os explico; íbamos 2-0, no habíamos pasado peligro, estábamos
tranquilos, y el
Athletic atacaba del otro lado, sabíamos que al Atleti lo veríamos poco
atacando, más que en alguna contra, era lo que tocaba, no pasé excesivos
nervios y el tiempo se me pasó rápido, creo que supimos llevarlo tan
bien, que
Diego dejó un recado en la portería donde queríamos ver un gol, la
nuestra, la
que habíamos estado escoltando todo el partido, donde habíamos estado
animando
como locos y donde Courtois había notado como caliente en la primera
parte.
Se vió solo atacando, arrancó, frenó, pensó, volvió a arrancar,
volvió a frenar y con
un pequeño regate y un tiro milimetrado, nos regalaba algo más que un
gol, nos
regalaba cinco minutos, más el añadido, para disfrutar, para cantar y
para
volvernos locos y abrazarnos como hermanos reencontrados. El
"Campeones", no
tardó en sonar en la grada, que se lo había ganado a pulso.
Aquí quiero pararme para contar lo que Diego nos regaló a
ese pequeño trozo de grada en el que estábamos. Justo delante de mío, estaba un
padre con su hijo, que tendría unos 7 u 8 años, no más, viviendo quizás su
primera final en directo, detrás yo, con 29 estaba viviendo lo mismo, pero con
la diferencia que él, es el futuro. Durante todo el partido los que allí estábamos
le tocamos la cabeza de tal manera que casi más nos alegrábamos por él que por
ganar, pero marcó Diego y el padre, con lágrimas en los ojos, y a pocos centímetros
de mi, le dijo lo que significaba lo que estaba viviendo “esto es para ti hijo mío,
esto vívelo y recuérdalo toda la vida, porque esto es por ti, porque este
esfuerzo y esta alegría te la vas a quedar para ti toda la vida, te quiero
hijo!” y se abrazaron, aún hoy, escribiéndolo y recordándolo, se me humedece la
mirada y lo veo como si estuviera pasando en este momento, sin duda, el mejor
momento de la final.
A todo eso, yo me acordé que, en la comida, con los Padín,
medio nerviosos los tres, reclamando las pizzas, y hablando de fútbol, dije que
ganábamos 3-0 fácil y me fuí hacia ellos con un “¡os lo dije! ¡3-0 fácil!” Nos
abrazamos, sonreímos y acabamos de disfrutar de lo que quedaba para acabar.
Una vez acabado el partido, vimos a Courtois correr más de
70 metros como un loco para, de rodillas, ponerse delante nuestro a celebrarlo,
mientras los demás a lo lejos, se volvían locos, con Radamel a la cabeza.
Subió el Athletic y toda la grada colchonera les ovacionó como
debía de ser, habían hecho una competición espectacular y, pese que en la final
las cosas no salieron bien, merecían estar ahí.
Una vez subieron los nuestros, volvió la locura cuando
vinieron a ofrecernos la copa, mantearon al Cholo, vimos al Juanfran con sus
hijos mientras le gritábamos que debía estar en la roja y disfrutamos de haber
hecho historia, porque el Atlético de Madrid, se había convertido en el equipo
europeo que más triunfos seguidos había conseguido en Europa. Ahí queda eso. Y,
queda la Supercopa.
WOW!!! Leer esto me transportó a Bucarest el día de la final. :_) Se me han vuelto a humedecer los ojos. No pude estar allí ese día, pero así como tu cumpliste el sueño se que yo lo haré. Aupa Atleti!!!
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